jueves, 16 de enero de 2014

Día cuatro

¡Qué esplendido día ha amanecido! Mi humor esta mañana era inmejorable. Ver que el cielo era azul y que el sol brillaba a pesar de la tromba de agua que ha caído toda la noche y toda la madrugada, ha sido muy gratificante. Y nada mas desayunar me he puesto en marcha. Mi idea era seguir uno de los caminos que parten desde la base de la montaña que hay enfrente del camping, pero como es ya costumbre, no habían pasado ni diez minutos cuando ya me había metido campo a través y camino hacia la cima.

Tras hora y media de penoso ascenso, y tras pasar por lugares de lo mas lóbregos fruto de las llamas que hace año y medio asolaron parte de estos montes, finalmente llegue hasta arriba, donde en lugar de recibirme la clásica vista que todos esperamos ver desde la cima de una montaña, lo hizo un espacio que casi podría calificar de metafísico. Una solitaria roca rodeada por una espesa nube. Mirase donde mirase no veía más que una desconcertante inmensidad blanca. Sin duda, un lugar ideal donde reflexionar sobre uno mismo y ciertamente, una gran recompensa al arduo esfuerzo que supone subir una montaña.

Cuando alguien es privado de un sentido, el resto se agudizan. Cuando estas un lugar como el que describo, donde nada hay que ver ni oír, nada que tocar, ni que oler ni saborear, algo dentro de ti se despierta, una voz interior que te habla. No quisiera ponerme en plan místico, pero tanta experiencia sublime comienza a conmoverme.


La tarde de hoy se presenta, al igual que la de ayer, nublada y con lluvia intermitente, de modo que me quedaré en el móvil para dibujar y jugar un poco a la consola. Aunque antes es posible que vaya a investigar un poco por el camping, ya que mientras comía he visto que unos chicos de más o menos mi edad se dirigían a la zona de acampada. En fin, ya veré.






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